dijous, 6 d’agost del 2020

Fent allò que se sent

Voldria avui compartir amb tots vosaltres una història real, on quan algú actúa segons el que sent dins d'ell, la vida es converteix en la seva aliada.

A tots, una abraçada.

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- Lo normal sería que estuviese usted muerto.

- Sí, la verdad es esta.

- Y... ¿qué le salvó?

- El juicio final.

- ¿Qué quiere decir?

- Que fui consciente de que iba a ahogarme, y ser consciente me salvó.

- ¿Cómo es posible?

- Los surferos se ahogan porque luchan y se agotan. En el instante final, yo decidí no luchar: acepté que moría, me entregué... Y viví.

- ¿Es usted surfero?

- Sí, impartía clases de surf en la isla canaria de Fuerteventura.

- ¿Allí sucedió lo del ahogamiento?

- Aquella mañana caminaba por una solitaria zona costera de dunas y acantilados...

- ¿Qué hacía ahí?

- Volvía en mi todoterreno de la primera noche con una chica, después de haberme separado de mi novia... y ahí vi el camino.

- ¿Qué camino?

- Uno que conduce a ese lugar formidable de dunas, con las mejores vistas de la

isla: cierto día lo había pasado ahí con mi novia... Y sentí el impulso de volver

ahí, y di un volantazo...

- ¿Estaba solo?

- Sí, y ese lugar está muy apartado y allí no había nadie. Detuve el coche y me

puse a caminar por las dunas. Y entonces... resbalé.

- Un resbalón lo tiene cualquiera.

- Ya, pero aquella duna era fósil, dura por debajo y con una capa fina de arena:

caí al suelo y mi cuerpo se deslizó pendiente abajo...

- Ay, ay...

- La pendiente era de 45 grados. Intenté frenar, agarrarme al suelo, pero resbalaba, resbalaba... y así llegué al borde del acantilado.

- Y por debajo de usted... ¿qué había?

- Olas rompientes contra rocas, veinte metros más abajo, a plomo. Y yo quedé

colgando...

- ¿Agarrado al borde del precipicio?

- Sí, con mis manos, y con el vacío bajo mis pies. Sentí miedo, sentí que ya no

haría todo lo que hubiese querido intentar con mi vida...

- Demasiado tarde.

- Pero el miedo es bueno, ¡es amor a la vida! Te lleva a reaccionar. Y reaccioné.

- ¿Cómo?

- “Voy a caer”, pensé. No podía ver nada, sólo oír el fragor del oleaje. Escuché.

Y por la cadencia del ruido, calculé en qué momento se acercaba una ola.

Y puesto que iba a caerme...

- Ya: mejor si caía sobre una ola, ¿no?

- Eso es: me impulsé hacia atrás, y ya en el aire me puse de lado, para no caer

de espaldas. Yo elegí mi caída, pues. Sabía que tenía un 50%: o quedaba

gravemente herido o moría.

- Como lanzar una moneda al aire.

- Una vez me sentí dentro del agua, supe que estaba vivo. Quise nadar,

intenté mover las piernas, pero entonces... oí “crac” y no pude.

- ¿“Crac”? ¿Qué sucedía?

- La cadera estaba rota (por tres lugares), y la pelvis rota también.

Y la mano derecha topó con una roca: la tenía reventada como una sandía.

Y el dolor me provocaba desmayos, espasmos, gritos... Intentaba nadar

con el brazo izquierdo solo, pero no avanzaba...

- Tragaría agua...

- Sí, y cuanto más luchaba..., más bloqueos musculares y más me hundía...

Llegué al punto en que supe que no había nada que hacer, que iba a

ahogarme, que iba a morir.

- ¿Y qué decidió?

- “Moriré, y no quiero que sea gritando como un perro”, me dije.

Y dejé de gritar. Y me puse la mano izquierda sobre el corazón.

Y di las gracias por mi vida. Adiós.

- Y... ¿qué pasó?

- Me fundí a negro. Dejé de sentir el agua y deje de sentir mi cuerpo.

Y entonces... contemplé, sin filtro, todo mi vacío.

- ¿Qué vacío?

- Entendí, como hoy entiendo, que toda aquella vida mía buscando

aventuras, riesgos... era un intento de llenar mi vacío interior.

- Y me decía que se abandonó.

- Así es, y desperté flotando, con el cuerpo distendido. Saqué la cara

fuera del agua. ¡Vivía! ¡Tenía, pues, otra leve oportunidad!

- ¿Qué había pasado para no morir?

- Que si aceptas lo que hay sin condiciones, sin juicio, radicalmente...

ahorras energía, y se te abre otra opción. Y yo acepté... ¡lo inaceptable!:

que iba a morir, sufriendo y solo.

- Desde luego, es muy duro.

- Aceptación lúcida, le llamo. ¡Ya vivo así desde aquel instante!

Yo acepto. Y moví el brazo, nadé hasta la playa. Tirado, dos días

con sus noches, mis heridas ya olían a podrido...

- Iba a morir otra vez, pues.

- “¿Qué será de mí?”, se pregunta todo adolescente: a ellos se lo explico

en las escuelas, y les digo que el miedo es normal, que te ayuda a actuar.

Y yo... ¡volví a meterme en el mar!

- Pero si ya había logrado salir...

- Negocié con mi miedo: “Que me coman los peces en vez de las gaviotas”,

resolví, “y a ver adónde llego”. Dos horas después ya me hundía.

Una barca de pescadores me salvó.

- ¿Qué enseñanza extrae de esa vivencia?

- Si te angustias o dudas, ¡te hundes! Hazte responsable de ti mismo, traza

tu plan y... ¡confía! Decidir es ser libre. Y el camino que elijas solo va a un

lugar: hacia ti mismo.