Voldria avui compartir amb tots vosaltres una història real, on quan algú actúa segons el que sent dins d'ell, la vida es converteix en la seva aliada.
A tots, una abraçada.
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- Lo normal sería que estuviese usted muerto.
- Sí, la verdad es esta.
- Y... ¿qué le salvó?
- El juicio final.
- ¿Qué quiere decir?
- Que fui consciente de que iba a ahogarme, y ser consciente me salvó.
- ¿Cómo es posible?
- Los surferos se ahogan porque luchan y se agotan. En el instante final, yo decidí no luchar: acepté que moría, me entregué... Y viví.
- ¿Es usted surfero?
- Sí, impartía clases de surf en la isla canaria de Fuerteventura.
- ¿Allí sucedió lo del ahogamiento?
- Aquella mañana caminaba por una solitaria zona costera de dunas y acantilados...
- ¿Qué hacía ahí?
- Volvía en mi todoterreno de la primera noche con una chica, después de haberme separado de mi novia... y ahí vi el camino.
- ¿Qué camino?
- Uno que conduce a ese lugar formidable de dunas, con las mejores vistas de la
isla: cierto día lo había pasado ahí con mi novia... Y sentí el impulso de volver
ahí, y di un volantazo...
- ¿Estaba solo?
- Sí, y ese lugar está muy apartado y allí no había nadie. Detuve el coche y me
puse a caminar por las dunas. Y entonces... resbalé.
- Un resbalón lo tiene cualquiera.
- Ya, pero aquella duna era fósil, dura por debajo y con una capa fina de arena:
caí al suelo y mi cuerpo se deslizó pendiente abajo...
- Ay, ay...
- La pendiente era de 45 grados. Intenté frenar, agarrarme al suelo, pero resbalaba, resbalaba... y así llegué al borde del acantilado.
- Y por debajo de usted... ¿qué había?
- Olas rompientes contra rocas, veinte metros más abajo, a plomo. Y yo quedé
colgando...
- ¿Agarrado al borde del precipicio?
- Sí, con mis manos, y con el vacío bajo mis pies. Sentí miedo, sentí que ya no
haría todo lo que hubiese querido intentar con mi vida...
- Demasiado tarde.
- Pero el miedo es bueno, ¡es amor a la vida! Te lleva a reaccionar. Y reaccioné.
- ¿Cómo?
- “Voy a caer”, pensé. No podía ver nada, sólo oír el fragor del oleaje. Escuché.
Y por la cadencia del ruido, calculé en qué momento se acercaba una ola.
Y puesto que iba a caerme...
- Ya: mejor si caía sobre una ola, ¿no?
- Eso es: me impulsé hacia atrás, y ya en el aire me puse de lado, para no caer
de espaldas. Yo elegí mi caída, pues. Sabía que tenía un 50%: o quedaba
gravemente herido o moría.
- Como lanzar una moneda al aire.
- Una vez me sentí dentro del agua, supe que estaba vivo. Quise nadar,
intenté mover las piernas, pero entonces... oí “crac” y no pude.
- ¿“Crac”? ¿Qué sucedía?
- La cadera estaba rota (por tres lugares), y la pelvis rota también.
Y la mano derecha topó con una roca: la tenía reventada como una sandía.
Y el dolor me provocaba desmayos, espasmos, gritos... Intentaba nadar
con el brazo izquierdo solo, pero no avanzaba...
- Tragaría agua...
- Sí, y cuanto más luchaba..., más bloqueos musculares y más me hundía...
Llegué al punto en que supe que no había nada que hacer, que iba a
ahogarme, que iba a morir.
- ¿Y qué decidió?
- “Moriré, y no quiero que sea gritando como un perro”, me dije.
Y dejé de gritar. Y me puse la mano izquierda sobre el corazón.
Y di las gracias por mi vida. Adiós.
- Y... ¿qué pasó?
- Me fundí a negro. Dejé de sentir el agua y deje de sentir mi cuerpo.
Y entonces... contemplé, sin filtro, todo mi vacío.
- ¿Qué vacío?
- Entendí, como hoy entiendo, que toda aquella vida mía buscando
aventuras, riesgos... era un intento de llenar mi vacío interior.
- Y me decía que se abandonó.
- Así es, y desperté flotando, con el cuerpo distendido. Saqué la cara
fuera del agua. ¡Vivía! ¡Tenía, pues, otra leve oportunidad!
- ¿Qué había pasado para no morir?
- Que si aceptas lo que hay sin condiciones, sin juicio, radicalmente...
ahorras energía, y se te abre otra opción. Y yo acepté... ¡lo inaceptable!:
que iba a morir, sufriendo y solo.
- Desde luego, es muy duro.
- Aceptación lúcida, le llamo. ¡Ya vivo así desde aquel instante!
Yo acepto. Y moví el brazo, nadé hasta la playa. Tirado, dos días
con sus noches, mis heridas ya olían a podrido...
- Iba a morir otra vez, pues.
- “¿Qué será de mí?”, se pregunta todo adolescente: a ellos se lo explico
en las escuelas, y les digo que el miedo es normal, que te ayuda a actuar.
Y yo... ¡volví a meterme en el mar!
- Pero si ya había logrado salir...
- Negocié con mi miedo: “Que me coman los peces en vez de las gaviotas”,
resolví, “y a ver adónde llego”. Dos horas después ya me hundía.
Una barca de pescadores me salvó.
- ¿Qué enseñanza extrae de esa vivencia?
- Si te angustias o dudas, ¡te hundes! Hazte responsable de ti mismo, traza
tu plan y... ¡confía! Decidir es ser libre. Y el camino que elijas solo va a un
lugar: hacia ti mismo.
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